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Narrativa  

 

 

 

Veinte prosas de sobremesa

Sobre la mesa, duermen tendidos los vestigios del ritual, huellas que conforman un laberinto de melancolía y soledad. Desde allí, Alejandro nos introduce en otro laberinto, más secreto y menos previsible, en donde la palabra se forma y transforma para enseñarnos a mirar otra vez y de otro modo eso que llamamos lo cotidiano.

Peluquerías, terrazas, libros no leídos, líneas de una mano, un concierto o una mujer que acaricia las letras de una máquina de escribir son algunas de las bifurcaciones de este libro en el que volvemos a encontrarnos con la palabra precisa del poeta que empezó a sorprenderse en el pequeño pueblo de Todd.

Una vez, un niño perdido en el desierto (otro laberinto) nos enseñó que solo se puede mirar bien con el corazón. Alejandro, en estas Veinte prosas de sobremesa, nos confirma una vez más esa máxima.

Pablo Vidal

 

 

Alejandro Gómez Monzón es de Todd, y no se sabe si es toddeño o toddense, porque el gentilicio de este pueblo ubicado al norte de la provincia de Buenos Aires es aún un tema de debate entre sus habitantes. A los once años, su abuela Josefa le regaló la palabra “chispear”, y la señorita Tati, una o dos etimologías. Desde entonces, supo que se dedicaría a escribir.

En 2017, su poemario Los silbidos que afilaron las piedras obtuvo el primer premio del Concurso Nacional de poesía y cuento Adolfo Bioy Casares.

El acontecimiento esencial de su vida es su hija Sofía (la de los ojos bolillones y termales), cuya dupla con su madre (Luciana) es la más fabulosa que haya visto alguna vez.

Es profesor en Letras y Magister en Literatura Argentina. Ha colaborado en las revistas Anfibia y Sudestada.

 

Veinte prosas de sobremesa, Alejandro Gómez Monzón

$12.440,00
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Veinte prosas de sobremesa

Sobre la mesa, duermen tendidos los vestigios del ritual, huellas que conforman un laberinto de melancolía y soledad. Desde allí, Alejandro nos introduce en otro laberinto, más secreto y menos previsible, en donde la palabra se forma y transforma para enseñarnos a mirar otra vez y de otro modo eso que llamamos lo cotidiano.

Peluquerías, terrazas, libros no leídos, líneas de una mano, un concierto o una mujer que acaricia las letras de una máquina de escribir son algunas de las bifurcaciones de este libro en el que volvemos a encontrarnos con la palabra precisa del poeta que empezó a sorprenderse en el pequeño pueblo de Todd.

Una vez, un niño perdido en el desierto (otro laberinto) nos enseñó que solo se puede mirar bien con el corazón. Alejandro, en estas Veinte prosas de sobremesa, nos confirma una vez más esa máxima.

Pablo Vidal

 

 

Alejandro Gómez Monzón es de Todd, y no se sabe si es toddeño o toddense, porque el gentilicio de este pueblo ubicado al norte de la provincia de Buenos Aires es aún un tema de debate entre sus habitantes. A los once años, su abuela Josefa le regaló la palabra “chispear”, y la señorita Tati, una o dos etimologías. Desde entonces, supo que se dedicaría a escribir.

En 2017, su poemario Los silbidos que afilaron las piedras obtuvo el primer premio del Concurso Nacional de poesía y cuento Adolfo Bioy Casares.

El acontecimiento esencial de su vida es su hija Sofía (la de los ojos bolillones y termales), cuya dupla con su madre (Luciana) es la más fabulosa que haya visto alguna vez.

Es profesor en Letras y Magister en Literatura Argentina. Ha colaborado en las revistas Anfibia y Sudestada.