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Poesía

 

 

 

Mar de río

Emergen voces desde las orillas, desde el fondo pantanoso del río, desde el subsuelo de un hospital psiquiátrico, desde las familias que se forjan a cielo abierto en las calles, entre las grietas de un sistema asfixiante se fugan los versos de Marcia. A partir de ellos encontramos un poco de aire donde respirar, entre la herida y la locura se macera y resguarda una sensibilidad que anhela refugios en un mundo que institucionaliza la crueldad. Hace tiempo leí y entendí que la escritura es una forma de hacer jus- ticia, tejidos por la circulación de su historia, acompañar la lectura de Marcia es acuerpar su prosa y marchar colectivamente por la reparación que exige: Una indemnización que cubra todas las estafas que sufrí y pueda con eso comprar una casa. Aquello que llamamos locura no es más que otra de las feroces formas que inventamos para saquear pulsiones vitales y convertirlas en materia prima para alimentar a la bestia que nos consume. En palabras de Marcia: Siento que mi vida solo sirvió para alimentar a otros con mi carne, mi sangre y mis lágrimas. Leer a Marcia es una práctica necesaria para compartir y re sensibilizar el dolor psíquico generado por este sistema, es acariciar la herida ajena y en ese gesto reparar la propia. ¿Cómo recuperamos esa potencia arrebatada? A pesar y con todo el dolor que estas páginas despliegan hay una trazabilidad posible hacia una humanidad que abrace y ahí está el mar, la solidaridad organizada de los sin techo, el rancheo del club, el sostén de quienes acompañan y la posibilidad de un otro para cuando Marcia pide, y en ese clamor resonamos tantos: quiero sentir que no estoy sola en el mundo. Todo pasado es con secuelas, escribe Marcia, es momento de tender un colchón poético para nuestras historias y abrigar esas heridas en manada. 

Madeleine Wolff

 

 

Marcia Lazzarini de Faria es amiga de los ángeles y una sobreviviente del manicomio. Nació en Río de Janeiro y terminó en el Río de La Plata. Criada por unos padres conservadores y religiosos, en la adolescencia se escapó de un hombre mafioso, saltó por la ventana y llegó a la Argentina. En nuestro país trabajó de bailarina exótica y en un restaurante que nunca cerraba. Se enamoró de una chica rusa y juntas pusieron una peluquería. No funcionó. De a poco, fue perdiendo todos los derechos y terminó internada en el Melchor Romero en varias oportunidades y en el Estévez también. Salió, vivió en varias pensiones como Laiseca, comenzó a escribir, una escritura atravesada por descompensaciones, espíritus, Lucifer, los amigos de la policía federal, tecnologías avanzadas, la maternidad y alucinaciones sin alucinógenos. María continúa el legado de Marisa Wagner, al igual que ella denuncia los espantos manicomiales, que no solo se encuentran en los hospitales, sino en nosotros mismos. Hoy Marcia está externada, camina las calles de la ciudad de La Plata, donde está radicada hace varios años, y demanda una indemnización que cubra todas las estafas que sufrió durante toda su vida.

 

 

Mar de río, Marcia Lazzarini de Faria

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Mar de río

Emergen voces desde las orillas, desde el fondo pantanoso del río, desde el subsuelo de un hospital psiquiátrico, desde las familias que se forjan a cielo abierto en las calles, entre las grietas de un sistema asfixiante se fugan los versos de Marcia. A partir de ellos encontramos un poco de aire donde respirar, entre la herida y la locura se macera y resguarda una sensibilidad que anhela refugios en un mundo que institucionaliza la crueldad. Hace tiempo leí y entendí que la escritura es una forma de hacer jus- ticia, tejidos por la circulación de su historia, acompañar la lectura de Marcia es acuerpar su prosa y marchar colectivamente por la reparación que exige: Una indemnización que cubra todas las estafas que sufrí y pueda con eso comprar una casa. Aquello que llamamos locura no es más que otra de las feroces formas que inventamos para saquear pulsiones vitales y convertirlas en materia prima para alimentar a la bestia que nos consume. En palabras de Marcia: Siento que mi vida solo sirvió para alimentar a otros con mi carne, mi sangre y mis lágrimas. Leer a Marcia es una práctica necesaria para compartir y re sensibilizar el dolor psíquico generado por este sistema, es acariciar la herida ajena y en ese gesto reparar la propia. ¿Cómo recuperamos esa potencia arrebatada? A pesar y con todo el dolor que estas páginas despliegan hay una trazabilidad posible hacia una humanidad que abrace y ahí está el mar, la solidaridad organizada de los sin techo, el rancheo del club, el sostén de quienes acompañan y la posibilidad de un otro para cuando Marcia pide, y en ese clamor resonamos tantos: quiero sentir que no estoy sola en el mundo. Todo pasado es con secuelas, escribe Marcia, es momento de tender un colchón poético para nuestras historias y abrigar esas heridas en manada. 

Madeleine Wolff

 

 

Marcia Lazzarini de Faria es amiga de los ángeles y una sobreviviente del manicomio. Nació en Río de Janeiro y terminó en el Río de La Plata. Criada por unos padres conservadores y religiosos, en la adolescencia se escapó de un hombre mafioso, saltó por la ventana y llegó a la Argentina. En nuestro país trabajó de bailarina exótica y en un restaurante que nunca cerraba. Se enamoró de una chica rusa y juntas pusieron una peluquería. No funcionó. De a poco, fue perdiendo todos los derechos y terminó internada en el Melchor Romero en varias oportunidades y en el Estévez también. Salió, vivió en varias pensiones como Laiseca, comenzó a escribir, una escritura atravesada por descompensaciones, espíritus, Lucifer, los amigos de la policía federal, tecnologías avanzadas, la maternidad y alucinaciones sin alucinógenos. María continúa el legado de Marisa Wagner, al igual que ella denuncia los espantos manicomiales, que no solo se encuentran en los hospitales, sino en nosotros mismos. Hoy Marcia está externada, camina las calles de la ciudad de La Plata, donde está radicada hace varios años, y demanda una indemnización que cubra todas las estafas que sufrió durante toda su vida.