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Narrativa

 

 

Dirección de escape

De formación católica CocaTrillini  opone en Dirección de escape la “procesión” –esa caminata de promesas aleatorias bajo la batuta eclesiástica– a la “marcha” en que la voluntad popular reclama con firmeza un derecho o una reivindicación. Y aunque la procesión vaya por dentro crea una narradora que relata el tratamiento de su cáncer de mama a la manera de una comisión interna que no claudica y al cáncer como una patronal que será vencida. 

Es que hay un arte de la enfermedad que convierte la merma en potencia e invención. Casi podría decirse que hay en este libro un cáncer de autor  ya que para narrarlo encontró  formas fuera de todo protocolo y que jamás podrían cargarse a expensas de esa bicoca con que sueñan los poco imaginativos: la sublimación.

La perfo-cáncer de mama de Coca Trillini incluye comerse al sol un bife a la plancha (contra la muerte como lo trascendente, lo prosaico de ir a los bifes), hacerse un llavero gigante para probar en todas las puertas (ante el descontrol de unas células, metonimia de tener la manija) bautiza el cáncer, “cante”  (¿Cómo cante jondo?).

Contra la interpretación del cáncer bajo formatos culpabilizadores y retórica bélica, Coca Trillini, siguiendo a su maestra Susan Sontag , se opone a que  un ganglio se llame “centinela”, no quiere ningún mangrullo en ese cuerpo que en todo momento cuenta gozador, sueñero, marítimo. Y casi lanza un manifiesto “No, no quería: luchar, batallar, guerrear, combatir, pelear, aniquilar, matar”.

Ese personaje en primera persona a quien su médico llama “la bruja” ofende con letras de tango: “¡Boludo! ¡Ánimo es lo que me sobra, chiquilín de Bachín!”; se arma un book como una modelo haciendo poses ante una fotógrafa luego de convertir unos  pañuelos atados a la guatelmalteca en snobeada cosmética –nada que ver con el ocultamiento de la cabeza pelada por la quimio– y , cuando, antes de salir rajando, escucha de un gurú sanador decir que la enfermedad viene de tomar mate, imagina una gauchesca con paisanos enfermos de cáncer de mama a las que bien José Hernández les podría haber dedicado unos versos.

La escritura de Coca Trillini es paradójicamente donde el cáncer no está o es una coartada como el caballero de Chamilly para la monja portuguesa (Cartas de amor de una religiosa portuguesa) o el objeto libro para Ricardo Piglia (El último lector).

Fechado al compás del tratamiento, crudo, estoico, ácido; para los enfermos, útil por añadidura; para todos, relato magnífico; testimonio más allá del testimonio, Dirección de escape es tanto un libro de autoayuda como Moby  Dick  es un manual para la pesca. 

 

María Moreno

 

 

Coca Trillini nació en Buenos Aires en el barrio de Caballito. Ramos Mejía y Villa Crespo son sus paisajes de hoy. Publicó cuentos en varias revistas literarias de Argentina. Se formó con Hebe Uhart con quien desarrolló un vínculo de ternura y confianza que le permite decir: “ha sido más que mi maestra”. Desde 1991 ha publicado diversos artículos sobre derechos de las mujeres así como cuentos en la revista chilena Conspirando y en Conciencia Latinoamericana, entre otras. En 2014  fue premiado, en Literaria@literariarevista, su cuento: “Ella quería tener zapatillas de duende”. En 2016 obtuvo el primer premio en el 3er Certamen de Verano de Cuento Corto de La hora del Cuento, Córdoba, con “Un corte y una quebrada”.

Dirección de escape, Coca Trillini.

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De formación católica CocaTrillini  opone en Dirección de escape la “procesión” –esa caminata de promesas aleatorias bajo la batuta eclesiástica– a la “marcha” en que la voluntad popular reclama con firmeza un derecho o una reivindicación. Y aunque la procesión vaya por dentro crea una narradora que relata el tratamiento de su cáncer de mama a la manera de una comisión interna que no claudica y al cáncer como una patronal que será vencida. 

Es que hay un arte de la enfermedad que convierte la merma en potencia e invención. Casi podría decirse que hay en este libro un cáncer de autor  ya que para narrarlo encontró  formas fuera de todo protocolo y que jamás podrían cargarse a expensas de esa bicoca con que sueñan los poco imaginativos: la sublimación.

La perfo-cáncer de mama de Coca Trillini incluye comerse al sol un bife a la plancha (contra la muerte como lo trascendente, lo prosaico de ir a los bifes), hacerse un llavero gigante para probar en todas las puertas (ante el descontrol de unas células, metonimia de tener la manija) bautiza el cáncer, “cante”  (¿Cómo cante jondo?).

Contra la interpretación del cáncer bajo formatos culpabilizadores y retórica bélica, Coca Trillini, siguiendo a su maestra Susan Sontag , se opone a que  un ganglio se llame “centinela”, no quiere ningún mangrullo en ese cuerpo que en todo momento cuenta gozador, sueñero, marítimo. Y casi lanza un manifiesto “No, no quería: luchar, batallar, guerrear, combatir, pelear, aniquilar, matar”.

Ese personaje en primera persona a quien su médico llama “la bruja” ofende con letras de tango: “¡Boludo! ¡Ánimo es lo que me sobra, chiquilín de Bachín!”; se arma un book como una modelo haciendo poses ante una fotógrafa luego de convertir unos  pañuelos atados a la guatelmalteca en snobeada cosmética –nada que ver con el ocultamiento de la cabeza pelada por la quimio– y , cuando, antes de salir rajando, escucha de un gurú sanador decir que la enfermedad viene de tomar mate, imagina una gauchesca con paisanos enfermos de cáncer de mama a las que bien José Hernández les podría haber dedicado unos versos.

La escritura de Coca Trillini es paradójicamente donde el cáncer no está o es una coartada como el caballero de Chamilly para la monja portuguesa (Cartas de amor de una religiosa portuguesa) o el objeto libro para Ricardo Piglia (El último lector).

Fechado al compás del tratamiento, crudo, estoico, ácido; para los enfermos, útil por añadidura; para todos, relato magnífico; testimonio más allá del testimonio, Dirección de escape es tanto un libro de autoayuda como Moby  Dick  es un manual para la pesca. 

 

María Moreno

 

 

Coca Trillini nació en Buenos Aires en el barrio de Caballito. Ramos Mejía y Villa Crespo son sus paisajes de hoy. Publicó cuentos en varias revistas literarias de Argentina. Se formó con Hebe Uhart con quien desarrolló un vínculo de ternura y confianza que le permite decir: “ha sido más que mi maestra”. Desde 1991 ha publicado diversos artículos sobre derechos de las mujeres así como cuentos en la revista chilena Conspirando y en Conciencia Latinoamericana, entre otras. En 2014  fue premiado, en Literaria@literariarevista, su cuento: “Ella quería tener zapatillas de duende”. En 2016 obtuvo el primer premio en el 3er Certamen de Verano de Cuento Corto de La hora del Cuento, Córdoba, con “Un corte y una quebrada”.