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Poesía

 

 

 

Tiene cuerpo el silencio

(...) Es que no hay nada que Lucía Carmona no pueda nombrar. Incluso el silencio toma cuerpo y espíritu, entidad, cuando ella lo arremolina contra su pecho, allí donde se adueña de los principios y recomienza el círculo; allí donde la verdad se impone con tanta fuerza como para que nadie se pueda llevar lo que ella es; allí donde está tan lúcida que recuerda hasta el recuerdo de lo que recuerda desde la autenticidad de su lenguaje, que es igual a la autenticidad de la sangre literaria que corre por sus venas abiertas al amor supremo, a ese amor que va más allá del amor, allí donde reside la forma de todo. De ese todo que Lucía Carmona nombra, como solo Lucía Carmona lo puede nombrar. 

Sí. Tiene cuerpo el silencio. Y tiene la forma de lo que se puede tocar, palpar aún en la ausencia de la forma, aún en la ausencia de la dimensión táctil de la palabra ofrecida, sin embargo, con generosidad. Sí. Tiene cuerpo el silencio. Y lo sabemos ahora, finalmente, al visitar y revisitar las páginas de un libro que, abriendo de par en par las venas poéticas de su autora, nos permite descubrir eso que no se deja ver, pero sí nombrar con justeza. Porque no hay nada que Lucía Carmona no pueda nombrar.

Fernando Viano

 

 

Lucía Carmona (Chilecito, La Rioja) es una de las voces más potentes y expresivas del noroeste argentino (NOA). En los matices de sus poemas encontramos un cariño incondicional hacia su terruño que se enuncia en el canto a las piedras, las montañas, el viento, y en una invocación -siempre presente- al fuego y los ancestros. En Tiene cuerpo el silencio, la convoca el tema del amor, la ausencia, el origen. Fue otro el mundo / en el que penetramos. / Apenas recuerdo los reflejos de la vibración /… Y es precisamente esta vibración la que va surcando la columna vertebral del libro y nos involucra en cada poema con preguntas que se van sucediendo, llanto contenido, pedido de sosiego por tanta orfandad. Se ha extraviado el eje del encuentro, de todo encuentro, y es probablemente esa ruptura, ese desfasaje, el que impulsa a la poeta a traducir en palabras un pedido desgarrado: que algo se repare, que lo cósmico estalle dentro de lo cotidiano como un vasto ritual en donde el principio y el fin sean el cuerpo del silencio.

 

Tiene cuerpo el silencio, Lucía Carmona

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Tiene cuerpo el silencio

(...) Es que no hay nada que Lucía Carmona no pueda nombrar. Incluso el silencio toma cuerpo y espíritu, entidad, cuando ella lo arremolina contra su pecho, allí donde se adueña de los principios y recomienza el círculo; allí donde la verdad se impone con tanta fuerza como para que nadie se pueda llevar lo que ella es; allí donde está tan lúcida que recuerda hasta el recuerdo de lo que recuerda desde la autenticidad de su lenguaje, que es igual a la autenticidad de la sangre literaria que corre por sus venas abiertas al amor supremo, a ese amor que va más allá del amor, allí donde reside la forma de todo. De ese todo que Lucía Carmona nombra, como solo Lucía Carmona lo puede nombrar. 

Sí. Tiene cuerpo el silencio. Y tiene la forma de lo que se puede tocar, palpar aún en la ausencia de la forma, aún en la ausencia de la dimensión táctil de la palabra ofrecida, sin embargo, con generosidad. Sí. Tiene cuerpo el silencio. Y lo sabemos ahora, finalmente, al visitar y revisitar las páginas de un libro que, abriendo de par en par las venas poéticas de su autora, nos permite descubrir eso que no se deja ver, pero sí nombrar con justeza. Porque no hay nada que Lucía Carmona no pueda nombrar.

Fernando Viano

 

 

Lucía Carmona (Chilecito, La Rioja) es una de las voces más potentes y expresivas del noroeste argentino (NOA). En los matices de sus poemas encontramos un cariño incondicional hacia su terruño que se enuncia en el canto a las piedras, las montañas, el viento, y en una invocación -siempre presente- al fuego y los ancestros. En Tiene cuerpo el silencio, la convoca el tema del amor, la ausencia, el origen. Fue otro el mundo / en el que penetramos. / Apenas recuerdo los reflejos de la vibración /… Y es precisamente esta vibración la que va surcando la columna vertebral del libro y nos involucra en cada poema con preguntas que se van sucediendo, llanto contenido, pedido de sosiego por tanta orfandad. Se ha extraviado el eje del encuentro, de todo encuentro, y es probablemente esa ruptura, ese desfasaje, el que impulsa a la poeta a traducir en palabras un pedido desgarrado: que algo se repare, que lo cósmico estalle dentro de lo cotidiano como un vasto ritual en donde el principio y el fin sean el cuerpo del silencio.